28.8.08

VI-B. La pastilla de Matrix (IOM, domingo 24)














(> continuación) En la primera parte de la película Matrix (1999) hay una escena en la que Morfeo ofrece a Neo dos pastillas. El prota elige la roja (mundo real-chungoide, cruel, guerras, etc), básicamente porque si no la película se acabaría. Pues bien, al contrario que Keanu Reeves, yo me equivoqué y debí tragarme la azul, esa con la que ves el mundo idealizado-Matrix, el de palo, el feliz, el perfecto. Algo me debió meter Cristoph en el desayuno esa misma mañana, porque estaba comenzando a delirar.

... Con todo este ajetreo, no nos habíamos percatado de que los tres abuelos venerables que nos habíamos encontrado de camino a Port St. Mary se disponían a marchar tras la paradilla de rigor. La escena es brutal: uno de ellos, el más fuerte, empuja al del chaleco para que arranque la AJS de carreras. Les cuesta un poco, pero la inglesa trona por su cromado escape “tipo embudo” que da gusto. La AJS de trial arranca sin problemas, pero falta la Norton. A 6 metros de mí, comienza el espectáculo. Como debe ser, se produce la eterna lucha entre el piloto y el laureado monocilíndrico. La retorcida pierna derecha del anciano se esfuerza por no sucumbir ante el retroceso del pedal de arranque, ayudándose con pasión de su bota negra de cuero con cuádruple hebilla. La compresión del mono, como es su deber, empuja con fuerza hacia arriba, impidiendo a su dueño arrancar con facilidad hasta la 10ª patada. Sólo entonces, el rojo que muestra el rostro del orgulloso inglés comienza a tornarse rosa, calentando el aceite con el que lubricar la máquina a golpes de acelerador, y descansando un poco sobre el asiento debido al esfuerzo. Aplaudimos al dios de la Norton, al tiempo que se pierde con sus dos amigos en lo alto de la calle.

Esa imagen había colmado mi vaso. Esto sólo puede verse aquí. Intentaba contener las lágrimas, pero una pequeña gota incolora brotó de mis ojos deslizándose por la mejilla. La sacudida emocional bloqueaba todo mi cuerpo y Raúl pulsó el botón de la cámara fotográfica ante mi exagerada inmovilidad. Mis extremidades se paralizaron y, de pie, perdí el norte durante unos segundos ante la sobre-excitación que había padecido toda la mañana. Semejante escena me alcanzó el corazón, transformándome en humano de nuevo... Ver un unicornio alado trotando por el campo, una fuente que emana natillas o un vaso de Coca-Cola gigante fornicando un buzón de correos no me hubiesen sorprendido ni lo más mínimo. En ese preciso instante, la Isla de Man me parecía el enclave perfecto para rodar otra parte del Mago de Oz o de Alicia en el país de las maravillas... o alguna de los Hermanos Manx, perdón, Marx... Estaba inmerso en una ilusión continuada, una simulación virtual hecha por ordenador sin salir de una burbuja incontaminada y feliz. Donde quiera que mirara, había un motorista digno de admiración, una pieza mecánica de culto, un trozo de historia viva mostrada con una dignidad carente de comparación. “Debemos irnos de aquí cuanto antes chicos, porque no veo la forma de salir”. Me agobié un poco, pensando que el mundo perfecto me había absorbido para siempre. ¡Puta pastilla! Ver una de mis motos favoritas, la Bimota YB8, al salir del pueblo, no me impresionó ya ni lo más mínimo.

... Enrique comienza a tirar fuerte al pasar Ramsey y en esta vuelta me decido a seguirle subiendo mi veterana por encima de las 7.000 vueltas. Hilando las curvas que el tráfico nos permite, me doy cuenta de que la esencia de estas carreras es la lucha del hombre contra el circuito. Al contrario que en el resto de competiciones, los pilotos de la parrilla son una mera comparsa colorista. Esto es una contrarreloj hombre-tierra, ni más ni menos. Enlazando con compás las rápidas de Guthrie’s, una Aprilia RSV Mille me abrasa, tocando con la rodilla en el suelo. Estos autóctonos...
La foto de grupo en el monumento a Dunlop (Bungalow, milla 31), junto al clausurado museo de la moto de Murray, se llena de misticismo. Una densa niebla hace acto de aparición cuando nos fotografiamos junto a la estatua del irlandés Joey Dunlop subido en una Honda VTR 1000. Alrededor de la figura, una placa conmemorativa y un muro de piedra con 26 baldosas grabadas con cada una de las victorias obtenidas en el TT (récord imbatido). (+)

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