28.3.07

Museo Moto Guzzi: regreso al pasado










Día: 27 de marzo de 2007. Lugar: Mandello del Lario, Italia. Hora: 13.00. Allí estoy yo, pequeño, insignificante y nervioso. Dispuesto a entrar en el santuario amarillo y descascarillado por el paso del tiempo, esperando a que la gran puerta metálica roja de acceso se deslice lo más rápido posible. Es todo un honor: abren el museo sólo para nosotros, para siete periodistas españoles que hemos venido a molestar antes de la "hora legal" de apertura fijada a las 15 horas. Pero da igual, ya estamos dentro y eso es lo que importa. Una gran foto en blanco y negro, de unos cuatro metros de alto, con Sean Connery sobre una de las antiguas motos de policía nos da la bienvenida. Después, avanzamos por el patio bajo un sucio techo fabricado con trozos de plástico, dejando a nuestra derecha un par de dependencias. La primera de ellas, con suelo enmoquetado en color rojo, está abierta y muestra un par de motos de 12.000 euros cada una junto a algunas hojas de árbol secas arrastradas por el viento. La segunda, cerrada mediante una puerta corrediza de carcomida madera verde, no te permite ver lo que esconde en su interior. Para ello, me acerco a la empolvada cristalera y observo, sin mancharme, otra de las motos de última generación junto a unos baldosines y mesas dignas de las mejores empresas de los años 60. Sí amigos: la fábrica de la legendaria Moto Guzzi es así.

Un poquito más adelante y a mano izquierda, la entrada al museo. Subo unas escaleras y ¡voilá! me encuentro con la primera Guzzi: la GP de 1920 enfrascada en una urna de cristal. A continuación, un pasillo con moqueta verde interminable. Disfruto como un niño paseando por cada una de las tres plantas de que consta el museo y deleitándome con las grandes maravillas allí expuestas: motos de calle, prototipos, maquetas, fotos... pero el recuerdo permanece más vivo en los modelos de competición. Separadas del resto y sobre un podium, nos recuerdan cómo se hacían las precarias motos de antaño y cómo llegaron a ser los reyes de 250 y 350 en la década de los 50 ganando 8 campeonatos del mundo. Demasiado para mis sentidos.

Antes de bajar a otra planta, una maqueta de la mítica "galleria del vento" de 1954 diseñada por el ingeniero Carcano (el primer túnel de viento construido específicamente para motos) refuerza mi idea de dominadora de la industria motociclista de aquella época. Mis favoritas: las máquinas de resistencia de los 70, las 1000 Daytona que arrasaron a finales de los '80 en EE.UU puestas a punto por el dentista John Wittner (Dr. John para los amigos) y, sin duda, la todopoderosa V8 Corsa: un prodigio tecnológico de 148 kg que compitió en el mundial de 500 cc entre 1955 y 1957 con el objetivo de batir a las tetracilíndricas de la competencia. Un corazón de ocho cilindros y 45 kg con 72 CV latiendo a 12.000 rpm; simplemente colosal. Una muerte prematura causada por la dificultad de carburar "a oído" sus ocho Dell'orto de 20 mm y porque los patéticos neumáticos de la época no estaban preparados para soportar semejente caballería. Claro, 290 km/h son demasiados...

Moto Guzzi, en manos de Piaggio desde 2005, ha cambiado un poco por fuera, pero nada por dentro. Su filosofía, su gente, su tradición, su pasión... las raices que le han permitido hacerse un nombre en la historia de las dos ruedas siguen siendo tan auténticas como siempre. Ninguno de nosotros osa interponer crítica alguna ante lo que acabamos de ver y menos aún cuestionar por qué las motos de la colección se mantienen en estado original en vez de estar restauradas. Me marcho de allí envuelto en una envidia sana. A medida que me alejo, y por un instante, mi mirada de motero del siglo XXI se transforma en un velado en sepia al despedir afectuosamente a los trabajadores de la fábrica que reemprenden su jornada. Dignos empleados que portan su orgullo italiano como mejor saben hacer: sacando pecho y mirando hacia adelante creyendo que su producto es el mejor del mundo. Con 85 años a sus espaldas, a lo mejor tienen razón... ¿no?